Archivo

Posts Tagged ‘Alejandro Soifer’

Ser o no ser: un relato desordenado

junio 16, 2011 6 comentarios

Ayer terminé de leer Los Lubavitch en la Argentina de Alejandro Soifer. Al autor lo conocía por su blog Las opiniones del rufián (aparentemente caduco) y Estética del fracaso (on-going). Sin embargo me enteré de la existencia de este libro, cuando aun era un proyecto-de-libro y en circunstancias medio raras de mi vida. Recapitulemos: hasta hace tres o cuatro años me preguntaban «¿Sos judía?» y yo respondía «Ehhh… sí, bah, mis viejos» cuando creía que, igual que le pasa a la mayoría de los no-judios, el judaísmo era una religión. También sabía que casi toda la familia de parte de mi madre se había ido a vivir a Israel (que después me enteré se llama hacer Aliá) y de hecho fuimos a visitarlos unas diez veces, hasta que la baba (Polonia, circa 1920) falleció y las visitas se fueron espaciando (a decir verdad otra de las causas fue que también falleció el uno a uno).

Para mi el judaísmo consistía en un par de cenas al año donde se comía pescado relleno, jrein y matzá, den las que celebraba no sé bien qué cosa pero se comía muy rico. También significaba que a mi hermano y a mi papá les habían cortado una parte del pito (no es que dé fe, es lo que dicen ellos y que la bobe (Rusia, circa 1920) dijera que todo goy es en el fondo antisemita, que mi hermano empezara el curso para el Bar-mitzvá y abandonara en el medio. A mí ni se me pasó por la cabeza la posibilidad de hacer el bat, es más, creo que ni siquiera me lo propusieron debido no tanto a mi falta de identidad como al miedo escénico (y a todas las cosas) que me caracterizaba en ese entonces. 

No fui a un colegio judío, no fui a Hebraica ni a Hacoaj y mo pertenecíamos a ninguna institución judía. Sólo recuerdo que llegaban unos cartoncitos que decían «bono-contribución» o algo así y cuyo remitente era el «Hogar Israelita». Mi colegio (primario y secundario) era totalmente laico pero un gran porcentaje del alumnado era de la cole. Eran esas familias judías de clase media/media alta, que viven en Palermo/Belgrano/Barrio Norte, de padres profesionales, que no son tan observantes como para mandar a sus chicos a colegios judíos pero que tienen un mínimo sentido de pertenencia y por eso deciden ser parte de alguna institución judía y mandar a sus hijos a un colegio que por lo menos esté lleno de chicos como ellos (en ese entonces salía mucho el combo remera de Hard Rock Café  de-donde-sea + botitas Reebok + Miami). 

Casualmente (años más tarde y miles de sesiones de terapia después entendería que de casual no tenía nada) ninguno de esos chicos era de mis mejores amigos y nunca había salido con un chico de la cole.  

Pero hace unos dos o tres años algo pasó. Qué? no sé, supongo que se sumaron mis treinta y mi último viaje a Israel (con doble r). De ese momento a hoy no pasó mucho más que un jai colgando del cuello, un «sí, soy judía» al que se le agrega -sólo cuando cabe la posibilidad- un «¿vos también?».

Pero otra cosa que pasó es esto: www.delacole.com: un site que propone encontrar a tu media naranja kosher. Después de algunas charlas por msn y un par de salidas fallidas con especímenes judíos, llegó E., al que vamos a llamar así para preservar su intimidad. Claro que E. era judío, pero resulta que era demasiado judío, y no sólo era asiduo habitué del Gran Templo de Paso sino que planeaba convertirse en rabino, tenía una barba bastante tupida y usaba kipá y unos hilos colgando (tzit tzit) 24/7. 

La historia con E. no la voy a contar, sólo voy a mencionar lo que tiene sentido en todo esto y es que a través de E. me enteré de la existencia de un proyecto de libro que estaba escribiendo un tal Soifer. nocido de todos modos, pero de manera menos especial).  

E. tenía dos maestros espirituales, uno se llamaba I.B.  (mencionado al pasar en el libro) y era el más ortodoxo, pertenecía al  templo de Paso, había nacido en Estados Unidos y su barba era muy larga. Pero por otro lado, estaba Damián Karo, un rabino mucho más liberal que ejercía en el templo de la calle Libertad (sí, sí, el del rabino Sergio «me mandé una cagada» Bergman).  E. tomaba clases con ambos y al momento de conocerlo estaba decidiendo cuál de las dos orientaciones del judaísmo le cerraba más.  Obvio que yo (y mi familia) hinchábamos por Karo. Karo es un personaje bastante entrañable y una figurita dificil en el mundo del judaísmo y la religión (y en los demás también). Había sido ortodoxo, del clan de los Lubavitch pero un día, después de años de barba larga, traje y sombrero negro, y una vida dedicada a estudiar y enseñar la torah, se ubicó a sí mismo en otro lado, en uno de esos lugares que permiten la reflexión, desde afuera y con actitud crítica y autónoma. Empezó a poner en duda ciertos preceptos, en la balanza otros y, después de un proceso extenso, interno y externo, paso de ser el Rab Isjac Karo, el de la barba larguísima y sombrero, a ser Damián Karo, un rabino vestido de civil, sin nada de barba, con nombre occidental y una kipá bastante simpática. En el camino tuvo que versélas con la tarea de explicarle a sus varios hijos (que obviamente había críado al modo ortodoxo) por qué papá se había afeitado la barba y guardado el sombrero en el placard (te la regalo). Eso es lo que E. me contó de Damián, lo que pude ver cuando lo conocí y lo que cuentan él mismo y Soifer en el libro. Pero por qué digo que conocí el libro por E.? Porque una noche, volviendo con Damián y E. de una cena en el templo de Paso, a la que I.B y E. me habían invitado, llegamos a la calle Palestina donde vivía E. y yo pasaba mucho tiempo, y Damián le dijo «Che sabés que hay un pibe que va a publicar un libro sobre los Lubavitch y me hizo unas entrevistas donde cuento mi experiencia?». Yo me metí y pregunté «¿Cómo se llama?», me miró con cara de «no lo vas a conocer» y me dijo Alejandro Soifer. Ah, lo conozco, bah, el a mí no, conozco sus blogs. E. no lo conocía y sólo preguntó «¿Pero hablan bien o mal?» a lo que Karo respondió con una sonrisa y algo como «Y… un poco bien y un poco mal».

Mi relación con E. empezó y terminó a causa del judaísmo. Empezó por un punto en común, con el que nos sentíamos identificados y terminó por miles de puntos en los que no coincidíamos. Así que ya no voy a tener diez hijos, no voy a usar pollera larga ni peluca y los viernes a la noche voy a subir por ascensor.  Hace un tiempito me reencontré con E., fuimos a tomar un café y me contó que había viajado a Israel (con una r), donde había conocido sólo lugares religiosos, que su ortodoxia ahora era oficial (papeles incluidos) y que su relación con todo lo que a mí no me gustaba esta desarrollándose a pasos agigantados, de hecho su barba estaba mucho más larga, lo que según E. respondía a que su peluquero estaba de vacaciones, pero todos sabemos que es una excusa. Parecía feliz, no sé, después de todo quién soy yo para decir si hace bien o mal en seguir ese camino. Sólo confirmé que es una gran persona, que no me arrepiento en lo más mínimo de mi relación con él, pero que de ninguna manera podría formar una familia teniendo que lidiar con estas cosas tan poco livianas. 

Ah! también me contó que había estado en la presentación de Los Lubavitch en la Argentina y evité preguntarle qué opinaba del libro y de las cosas que decía.               

Oriente y medio

En esto estoy:

Soy un bravo piloto de la nueva China de Ernesto Semán 

Los Lubavitch en la Argentina de Alejandro Soifer