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Archive for agosto 2010

In progress

Bersuit Vergarabat o cómo parir contención

   Que los deseos hagan 
estado de sitio del cuerpo y el alma
   Espíritu de esta selva, Hijos del culo


 
Con este trabajo me propongo demostrar que la propuesta de la Bersuit Vergarat, que a simple vista podría entenderse como un culto ingenuo y sin sentido a la marginalidad y la miseria, tiene en realidad un fundamento teórico coherente y conciso en el que sostiene.   

La aparente apología que la banda hace del descontrol, las drogas, el alcohol, el sexo promiscuo y el desenfreno, responde a una propuesta ideológica clara, conciente y coherente que- más, o menos intencionalmente- retoma ideas de sociólogos, psicoanalistas, pensadores y movimientos artísticos (Freud, André Bretón, Mijail Bajtín) y que podría resumirse de la siguiente manera: en un mundo ferozmente occidentalizado, rígido y moralista, que crea sujetos miedosos e infelices, podría encontrarse la salvación de la mano de la fiesta como manifestación de libertad. Y esa libertad sólo puede surgir, nos dice la Bersuit, del seno de los sectores más populares, cuya situación de marginalidad, aunque parezca lo contrario, hace que el modelo de dominación aún no se haya instalado con tanta fuerza.

Continuará…

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Lugares

Qué estoy leyendo

La despedida – Marcelo Birmajer

 El otro de mí – Miguel Vitagliano

 Cuando me muera quiero me toquen cumbia – Cristian Alarcón

Veis Mir

Pollos, suicidios y champagne

Ella llegó a casa y tiró los zapatos en el sillón. Fue a la cocina y se fijó qué podía hacer para cenar. Sacó un pollo del freezer que planeó meter en el horno, con papas, arvejas y un poco de vino blanco. También sacó de la heladera una botella de champagne para brindar por el ascenso. Dejó todo preparado en la mesada y se fue a bañar. Más tarde volvió a la cocina, ya vestida para él. Se sentó en el sillón, al lado de sus zapatos y llamó a la oficina de su marido. Una voz ronca le comunicó que se había retirado temprano, a las 4 de la tarde para ser exactos. Si a las doce no había llegado iba a llamar a la policía. Fue a acostarse a su cama y en pocos minutos se quedó dormida.

Miró el reloj. Las cinco. Su marido no estaba. Fue hacia el sillón y entonces lo vio.  En los pies tenía los zapatos de ella. En una mano la botella de whisky y en la otra, el arma que habían comprado juntos, para defenderse de los demás. Lo miró sin hacer nada, sin decir nada.

Vio como él introducía el arma en su boca, y la sacaba, una y otra vez. Se reía, lloraba. -Borracho- pensó ella y volvió a la cama para dormir un poco más. Un ruido fuerte la despertó, miró el reloj y eran las siete. Fue al baño y se cepilló los dientes, se lavó la cara y se peinó, mientras se miraba en el espejo tratando de descubrir alguna arruga nueva. El pelo de su marido también estaba revuelto y su camisa empapada. Se sentó al lado de él y se acordó del pollo. Fue a buscarlo a la cocina y volvió con el pollo crudo y el champagne caliente. Se sentó a la mesa. Comió su porción de pollo, después la de él. Brindó con ella misma por la salud, por el trabajo y sobre todo por el amor. Besó a su marido en la frente húmeda. Agarró el arma del piso y se pegó un tiro, justo como había hecho él mientras ella dormía.
El champagne que quedaba en la botella seguía burbujeando.

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Placeres

agosto 16, 2010 2 comentarios

Esa mañana K saltó de la cama. Nunca lo hacía, le gustaba quedarse durante unos minutos -a veces horas- saboreando su propio aliento de la noche y sintiendo el aroma de las sábanas. Pero ese día era especial y quería hacer las cosas con tiempo. Preparó tostadas y calentó el café. Ella se levantó tarde y desayunó un té con galletitas. K se puso su mejor traje gris y una camisa blanca, que había comprado en su único viaje, cinco años atrás. Buscó su billetera y un atado de cigarrillos y después de guardar todo en su saco tomó las llaves de la repisa y abrió la puerta. Ella se puso una camisa blanca y una pollera de jean, que no era muy moderna, pero le gustaba cómo le quedaba. Agarró su cartera sin fijarse si tenía lo que tenía que tener y salió a la calle. Pero a las pocas cuadras se sintió mareada.

Encontró un banco en una plaza desierta, se sentó, y a los pocos segundos se quedó dormida. K caminó unas cuadras y de pronto sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo; ella se despertó y miró hacia atrás, K se escondió detrás de un árbol y la miró fijo. Ella giró la cabeza, como buscando algo. K caminó hacia la mujer y la tomó suavemente del cuello, acarició su pelo, luego su mejilla, una y otra vez, después el hombro y otra vez el cuello.  Ella dejó de resistirse y se dejó acariciar. K pensó que la vida volvía a tener sentido. La mano izquierda de K dejó de acariciarla y entró en el bolsillo de su saco, tomó lo que encontró allí dentro y lo colocó lentamente sobre el cuello de ella. Un viejo que jugaba al ajedrez se llevó las manos al pecho, cuando sintió el ruido que producen las armas al disparar.

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Miss shit pie o un amargo cuento infantil

Sobre Pink Flamingos de John Waters, y por qué al director no le queda grande el título de Auteur

Más allá de la pornografía, el film americano más  parecido a un perro andaluz de Buñuel. (New York Magazine)

Pink Flamingos es uno de los films de clase B que mejor representa el género Trash (mal gusto) o camp (gay-vulgar). El film es bizarro, inmundo, como su protagonista Babs. Babs es un freak transexual de unos 200 kilos, cabello platinado, vestido de lycra, maquillaje excesivo y aficionado al canibalismo. Babs se reconoce afecta al asesinato en masa y a la ingesta de materia fecal y declara: “me produce orgasmos el sabor y el olor de la sangre”.

La primer escena del film nos muestra unos flamencos de plástico rosa en la entrada de una casa rodante, mientras una voz en off nos cuenta, como si fuera uno de esos cuentos de “había una vez”, que lo que estamos viendo es una casa de ensueño en medio del bosque, en la que vive Babs, la persona más inmunda del mundo. Se nos explica también que la protagonista, Divine, ha debido cambiar su nombre a Babs para ocultar su verdadera identidad. Un Travelling nos lleva al interior de la casa e inmediatamente quedamos atrapados en esta casa/universo, en el que conviven un transexual obeso y su madre, débil mental, adicta a los huevos, y que duerme en un corralito para bebés. También viven en la casa rodante Crackers, el hijo imposible de Babs, y su novia. Crackers es un hippie descerebrado que para estimular sexualmente a su novia y satisfacerla, se ve obligado a practicar la zoofilia.  

Pink Flamingos es un film incómodo, molesto, difícil de digerir, con una estética extraña, parecida a la de un documental o una filmación casera (podríamos decir también a una porno aficionada). Esto se debe en gran medida al recurso de la cámara en mano que, si bien responde principalmente a la falta de presupuesto, se convierte en este caso en un elemento constructivo, funcional a la película y su mundo. Otro elemento clave es la elección de la música, que recrea las típicas melodías de los felices años 50, contrastando incómodamente con el mundo asqueroso y nauseabundo que se nos presenta.  

A pesar de todo la línea argumental de Pink Flamingos no se aleja de lo tradicional y la estructura del relato tiene reminiscencias de un cuento infantil: superhéroe representante del bien que, rodeado de sus colaboradores intenta derrotar al mal, representado por pareja de villanos que intenta desprestigiar al héroe y robarle el título que con tanto esfuerzo ha logrado obtener. Pink flamingos es la antítesis del buen gusto y las buenas costumbres, del sueño americano, de la corrección política y los valores tradicionales, de la familia y el trabajo, de la dulzura empalagosa de los pasteles de Doris Day –miss apple pie. Waters dispara contra ese mundo feliz, ficticio y color rosa. Si bien el film es de 1972, cuando el modelo de cine y de mundo de los años 50 ya había sido jaqueado, el film logra reírse de todo aquello de una forma tan singular que resulta vanguardista.

La escena final funciona como perfecto cierre para este universo amargo. Vemos como un tierno caniche deposita su excremento en la vereda mientras Babs decide introducirlo en su boca. Esto es una burla desvergonzada del Happy ending, donde Waters parece decirnos que el sueño americano y los valores tradicionales no son más que pura mierda.

Podemos decir que a John Waters no le queda grande el título de auteur. Esto se debe no sólo a la omnipresencia de su actor/actriz fetiche Divine, sino a que el director construye un universo propio, cerrado, circular y autorreferencial. El mundo de John Waters es bizarro, kitsch y extravagante, y sólo puede ser producto de su cámara-lapicera, como les gustaba decir a los Cahiers du Cinéma. Si bien Waters, o el príncipe del vómito es considerado hoy un director de culto y un provocador irreverente, él nos confiesa que todos en el elenco, incluido él, se tomaron la filmación muy en serio, sobre todo Divine, para quien convertirse en una diva, una estrella de Hollywood, era su único anhelo. Podemos creerle o pensar que es un personaje más de sus películas, pero, sin intención de herir la pequeña autoestima de la gigante Divine, la estrella de las películas de Waters no es ella sino su cámara-lapicera.

Cosmos

Ese domingo te levantaron temprano. Afuera llovía. Mamá te preparó el desayuno, eligió la ropa que te ibas a poner y te peinó. Papá, que estaba listo y esperándote, leía el diario mientras fumaba. Te gustaba verlo fumar y el humo que salía de su nariz te hacía acordar a los toros de los comics que traía el zeide. A veces ese mismo humo te hacía doler la cabeza y arder los ojos. A vos siempre te había llamado la atención que en la cajita dijera «el fumar es perjudicial para la salud» y que papá, fumando tanto, nunca se hubiera dado cuenta.

Mamá te anunció en voz baja que esa tarde ibas a conocer el cosmos y que ibas a ir con tu padre. ¿El qué? Pensaste vos, que no sabías lo que era el cosmos pero te sonaba de algún lado, probablemente de la escuela. Entonces mamá te explicó que el Cosmos era un cine y que quedaba en la calle Corrientes. -La calle de los abuelos- pensaste aliviado, porque entonces por más lejos que quedara o por más grande que fuera el cosmos, ibas a estar protegido. Muchos años después en ese mismo cine, ibas a sentarte en la última fila, hundiéndote en tu asiento como si algún espectador pudiera relacionar tu cara con el nombre en la pantalla.

Entraron a la sala de la mano, te acomodaste en el asiento que papá te indicó y te fijaste si el suyo también tenía un número. Sentías un nudo en la garganta y miles de hormigas en la panza, hasta que se apagó la luz y dejaste que la pantalla y todo lo que pasaba ahí adentro se adueñaran de vos. El nombre de la película nunca te lo aprendiste, pero lo que sí aprendiste ese día es que el mundo se divide entre los buenos y los malos y que en el cine no se puede hablar ni hacer ruido, porque los demás pueden gritarte, insultarte y hasta tirarte cosas para que te calles. Papá se puso rojo como un tomate y te miró con cara seria, como cuando se enojaba. -¡Si sólo estoy abriendo mis caramelos!-pensaste.

En la pantalla aparecían y desaparecían un montón de nombres raros, que ni siquiera llegabas a leer. Miraste de reojo a papá y viste que tenía los ojos rojos, y aunque vos eras chico y había cosas que no tenías por qué  entender, sabías perfectamente que esas lágrimas eran lágrimas de llorar. Papá te miro a los ojos y por primera vez te dijo que te quería. Sin saber bien qué hacer le dedicaste una enorme sonrisa, lo abrazaste fuerte y muy bajito (no sabías si ya se podía hablar) le dijiste -yo también-.

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